«Estaciones de abril» reúne la obra lírica de Octavio Uña en una antología

Los poemas, pertenecientes a una decena de libros y a un volumen inédito, están definidos por el culturalismo y el populismo

Jesús Hernández.

Son medio centenar de poemas -algunos, divididos en varias secciones- ya publicados y, como epílogo, algunos inéditos, pertenecientes a «Puerta de salvación», libro que pronto verá la luz. Unos y otros, constituidos por ese ritmo sobrio, dotados de esa mezcla bien aderezada de culturalismo y populismo. Esto es: «Estaciones de abril», antología de la obra lírica del zamorano Octavio Uña, que, editada por la Universidad Rey Juan Carlos y Dykinson, será presentada hoy en el Aula de Alianza Hispánica -se halla ubicada en el madrileño «Barrio de las Letras»-, con la intervención de Santiago López Navia, vicerrector de la Universidad SEK y escritor; Manuel Quiroga, crítico literario y poeta; Sergio Macías, escritor chileno; Enrique San Miguel, profesor Titular y director del Servicio de Publicaciones de la Universidad Rey Juan Carlos.

Una decena de libros, datados entre 1976 y 2003, conforman la antología. Aparecen poemas de Escritura en el agua, Antemural, Usura es la memoria, Ciudad del ave, Labrantíos del mar, Cantos de El Escorial, Crónicas del océano… Y, verdaderamente novedoso, se recogen los versos de esa «Puerta…». Uña Juárez explica, en su «Poética», su concepción del hecho creador. «Pensar y poetizar, indivisible y grave oficio. De tal adolescencia y juventud cautiva naciera una mirada al mundo cifrado de las cosas desde la nostalgia, el recuerdo creador y el ensueño. Caminaba el poeta a la búsqueda de lo imaginario. El oficio de poetizar tornábase recuerdo, escultura de los juegos de la memoria». El catedrático de Sociología y director del departamento de Ciencias Sociales, con ejercicio en la Universidad Rey Juan Carlos (Madrid), se refiere a la palabra poética: «en su humildad un mundo cabe. Ella era la gran morada, el ámbito de la libertad, la salvadora. El poeta viajó también por los costados del mundo, midió por propio pie la vieja piel de Castilla». Sabe que la poesía «dice del primer día y punto cero de las cosas, de una permanente despedida, de una estancia en la luz, en un avivamiento y traslación cálida de la realidad más allá de sí misma». Y sabe, también, que la lírica «dice de la biografía de un tiempo y hora, y se quiere contraindicante, debeladora e infundiendo eternidad al tiempo».

La memoria (que siempre es memoria de lo antiguo) y la contemplación de la existencia, lo culturalista (ese mundo clásico, tan vivo en él) y a veces lo populista, la confesión y la concentración expresiva. La poesía amorosa (¿más platónica que lo otro?) y el cántico (¿elegiaco?) del viejo solar castellano, la melancolía sin desengaño y la luz con celajes. Así es la poesía de Octavio Uña. Las palabras liminares de Leopoldo de Luis lo expresan bien: «Las visiones geográficas y las emociones biográficas».

Emilio Blanco, que se ha encargado de la edición de «Estaciones de abril», recuerda la definición ya clásica del zamorano: es un «hombre de múltiples saberes». Pero él se queda, y se fija, en uno: el poético. «Creo que se podría comparar a Octavio Uña con los humanistas del Renacimiento, hombres también de múltiples saberes, que supieron apreciar el valor de la poesía como método de conocimiento, como medio para comprender una realidad que no se deja asir fácilmente por la vía racional, lógica; hombres que recurrieron a las artes de la palabra para iluminar esa realidad que no se deja aprehender por el método del pensamiento»… Múltiples e iluminadores saberes.

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