El escritor y catedrático de Sociología presenta unos poemas cultistas y de viajes, que sin embargo aparecen despojados de todo lo innecesario
Jesús Hernández .
Plural en sus universos. El sociólogo y ensayista de actividad e investigación incesantes nos había hecho ¿olvidar? al poeta. Al que, como profeta, fue primero de todo, al que estuvo en el origen de la labor creadora. Octavio Uña Juárez publica «Crónicas del océano», coedición de la Universidad Rey Juan Carlos y Dykinson.
Son cinco secciones, que a veces se subdividen. Y son 93 poemas, de variada extensión. El autor zamorano, catedrático de Sociología, es autor cultista. Su amplia formación (muchos estudios, muchas licenciaturas, muchos doctorados; además, muchos viajes, muchos encuentros, muchas lecturas) sale a relucir, una y otra vez, en los textos. No abunda el verso largo. Sólo, excepcionalmente, aparece en «Al sur del sur».
En los últimos tiempos, su producción, tan amplia en géneros y obras, se había orientado hacia el pensamiento y el ensayo. Sin embargo, su creación lírica, que ha se halla traducida a varias lenguas, incluye libros tan interesantes como el iniciático «Escritura en el agua» o «Puerta de salvación». Entre uno y otro, éstos: «Edades de la tierra», «Antemural», «Castilla, Plaza Mayor de soledades», «Usura es la memoria», «Mediodía de Angélica», «Ciudad del Ave», «Labrantíos del mar y otros poemas».
Luis Alberto de Cuenca, autor del prólogo de «Crónicas…», define al zamorano como «hombre de múltiples estudios y dilatados saberes». Dicho eso, entra en materia: «La poesía de Octavio Uña es portadora de una visión plural. Esa visión se vuelve hacia su tierra castellana y se abre también hacia horizontes universales. Tiene raíces tradicionales y no deja de ser radicalmente cosmopolita». Así es. El prologuista resalta, en otro momento, que Octavio Uña «sabe describir la intimidad del alma lo mismo que el alma pública y sonora de las ciudades». Y presenta «un libro abierto a la variedad y a la inmensidad».
Uña Juárez es un hombre de muchas culturas. Y conoce a la clásica, tan necesaria, aunque sea despreciada por los ignorantes, desde aquellos días de El Escorial, cuando la existencia sólo era el estudio y el estudio sólo era perfección. «Es el ejemplo de un modo de ser particular y especialmente necesario: El del erudito enamorado de la vida. En él se conjugan los temperamentos aventurero y reflexivo». Disfruta con el estudio tanto como con el ocio viajero. Y lo transmite. Es una pasión.
«Crónicas…», sin perder su ruta de mares donde la cultura viene desde la Antigüedad, también constituye un singular libro de viajes. Con poemas que hablan de la verdad que aparece bruñida por el sol lejano, ése que es el que más luce, el que más alumbra. El que despeja las sombras. Y utiliza, en algunas ocasiones, una poesía «quintaesenciada»: Despojada de todo lo innecesario, de esa hojarasca de falsa belleza. Desnuda y sobria. Reflexiva y verdadera. Siga la Ruta de las Especias o el pensamiento de Mío Cid contemplando la mar serena, viaje a Venecia o se plante en Estambul, embarque en Alejandría o recale en Melbourne, aparezca el fieramente tierno Don Quijote o la estatua de la diosa de cuerpo exuberante, Adelaida o El Cairo… Deja para el final esa sección que da título al libro: «Crónicas del océano»: 24 poemas. Versos con ritmo reposado, para que el lector deguste con más intensidad la emoción. Esa emoción que invita, siempre, a la reflexión.
La bibliografía de Octavio Uña Juárez reúne una decena de títulos poéticos. Y dos características aparecen, visiblemente, en el discurso lírico: La castellanía (le emociona esa causa) y la observación de los ignoto. Desde el principio. Las tierras donde está su origen forman el humus germinador para su recuerdo y para su creatividad: Por el abandono institucional, la humillación, la soledad. Con el sueño del mar lejano. Si pudiera labrarse, hacerse surco recto en línea hacia el horizonte… La mirada a lo lejos: Esa gran ventana que destierra las tentaciones de encastillarse en lo propio y anima al conocimiento de lo ajeno.
El último libro del profesor-escritor zamorano, con amplio ejercicio docente, reúne otra singularidad: Conoció una edición muy reducida y no venal, que sufragó el Ayuntamiento de Zamora, durante la época de Antonio Vázquez. Su difusión fue escasísima. Las instituciones, que tanto elogian-utilizan a la cultura, que se pirran por inaugurar proyectos, acostumbran a amontonar los volúmenes en cualquier estancia, y allí pueden dormir el sueño de los justos. Eterno. Ahora se recuperan muchos de aquellos poemas, en la realidad, como inéditos. ¿Es el mismo libro? Sí. ¿Es distinto libro? También.
Uña Juárez, que nació aquel «año del hambre» (1945) en Brime de Sog, cuando los estraperlos de valores, posee una obra plural: Ensayos sobre Jaspers o la comunicación y la libertad y, también, versos limpios y sonoros. Es un liberal irónico, un academicista que gusta de los populismos. Un tipo quieto en su sosegada inquietud. La escritura, lo sabe, «es signo contra la muerte». No ignora, tampoco, que la humildad puede ser el camino más corto para alcanzar la verdad. Por eso indaga y participa. Porque estamos, siempre, entre la voluntad y el destino.